miércoles, 7 de noviembre de 2012

Nuestro Comportamiento para con Dios


Nuestro comportamiento en la relación con nuestros familiares, amigos y todas las personas con quienes tratamos está regida por una serie de preceptos, reglas o normas. La observancia de las mismas nos lleva a una interrelación de recíproco respeto y consideración, pero... 

¿Cuál es nuestro comportamiento para con nuestro Dios?

¿Conocemos las reglas y normas que lo rigen?

¿Las observamos puntualmente?

Reflexionando sobre estas preguntas he caído en cuenta que la mayoría no sabemos qué contestar a las mismas,  y peor  aún, nuestro comportamiento para con nuestro Dios deja mucho que desear.

A continuación algunas de nuestras fallas o faltas que obramos sin maldad de intención:

¿No es verdad que los Domingos cuando asistimos al Sacrificio de la Santa Misa y llegamos antes de que ésta empiece, nos ponemos a conversar con la amiga o familiar que nos acompaña sobre temas completamente ajenos a lo que hemos venido al templo?... ¿No es acaso una falta de respeto llegar a la Casa de Dios y en vez de prepararnos espiritualmente para recordar el sacrificio que Él nos pidió recordar en su nombre, lo ignoramos haciendo tales irreverencias indignas de un buen católico?

Muchas veces ni prestamos atención a las Sagradas Palabras del Evangelio, y es tanta nuestra desconcentración que pasadas unas horas si nos preguntan ¿De qué trató el Evangelio?...  contestamos “No me acuerdo” como si fuera el capítulo de una telenovela y no las propias palabras de Jesús Nuestro Dios y Señor.

Para terminar lo de la Santa Misa, sin darnos cuenta, al final del Oficio lo único que queremos es salir del Templo porque estamos cansados y aburridos, y ni nos quedamos al canto final de agradecimiento a Dios por habernos permitido participar.

¿Cuántas veces, durante una oración en vez de rezarla devotamente con nuestra más santa intención la repetimos maquinalmente sin pensar en lo que significan las palabras de la misma?

Muchas veces si damos una limosna a un necesitado no lo hacemos con el ánimo de dar sino con el egoísmo de hacerlo porque pensamos que Dios nos repondrá con el doble de lo dado.

Si vamos a visitar a un enfermo también vamos por temor al ¡qué dirán si no voy!  y no lo hacemos por aliviar con nuestro consuelo al que sufre.

En muchas ocasiones asistimos a celebraciones religiosas, llámense estas Procesiones, Novenas o Retiros solamente por el hecho de que nos vean que estamos presentes y que somos católicos cumplidos y no por llevar en nuestros corazones la verdadera intención del acto que se celebra.

Y nosotros, hermanos de la Adoración Eucarística Perpetua,  ¿No nos olvidamos de nuestras reglas para con nuestro Dios Vivo, Jesús Sacramentado?... cuando:

Vamos a cumplir con nuestra Hora Santa como si fuera una obligación y no con la inmensa alegría de saber que vamos a mostrar nuestro amor a quien nos ama y nos llena de gracias y favores.

Cuando tenemos que quedarnos una hora más en la Capilla porque el hermano que le tocaba en turno reemplazarnos no asistió y nos lamentamos amargamente diciendo: “¡Y tuve que quedarme otra hora más!” en lugar de decirnos para nosotros mismos: “Bendito sea Dios que me ha dado la oportunidad de acompañarlo una hora más en su triste soledad”


Y siempre estamos quejándonos de que en la capilla hace mucho calor, que en la capilla hace mucho frío, que el olor de los arreglos florales nos molesta... en fin, ¡tantas cosas de las cuales nos quejamos! en lugar de saber que vamos a la capilla a visitar y acompañar a Nuestro Dios y no a disfrutar de nuestra estancia de plácidos momentos de satisfacción netamente personal.


  Queridos hermanos, lo que nos hace falta, pero mucha, muchísima falta,  es Fe y Amor Infinito a ese Dios tan glorioso, tan omnipotente  y tan bueno que nos quiere y nos ama aunque no sepamos algunas veces comportarnos con Él como Él se lo merece.


Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!! 


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