¡Ningún evento, efeméride o acto milagroso tocó hoy mi alma, para recordarte hoy Madre piadosa, Madre amorosa, dulce encanto de todo mi corazón!...
No para recordarte como la Inmaculada Madre de Dios, porque eso lo hago desde muy pequeño y lo haré hasta que feliz me llame la muerte para estar eternamente a tu lado, bendita Madre mía.
Hoy indeciso, ante una duda, vacilante, no encuentro el camino a seguir, tras los pasos de Jesús.
Los nuevos caminos de Renovación Evangelizadora, las nuevas formas exteriores de rendir culto a Dios, los movimientos Kerigmáticos y Carismáticos, tan en boga entre los jóvenes sacerdotes y la juventud mundial, son para mí como enormes olas que se estrellan contra los muros de mi fe y formación religiosa, que por más de siete decenios tardé en edificar.
No me mueven los nuevos cambios a abandonar la Iglesia Católica ni a crear cisma alguno en ella. ¡Jamás haría ninguna de las dos cosas!
Sigo creyendo y cumpliendo los Mandamientos de la Ley de Dios y los de la Santa Iglesia, en la medida que mi resistencia al pecado, sea más fuerte que las tentaciones del maligno. Esta es la lucha de la vida, entre el bien y el mal.
Siempre trato de vencer al mal y si alguna vez mi debilidad humana me hace caer, Jesús amoroso y misericordioso me vuelve a levantar.
En este caso, Purísima y Santísima Virgen María, te imploro que intercedas ante tu Divino Hijo, Jesús Nuestro Dios y Señor para que me envié la luz de la inteligencia y sabiduría de su Espíritu Santo y pueda yo encontrar la salida a esta encrucijada, que humildemente, te expongo a continuación:
Estoy muy desorientado y confundido. He tratado de rendir mi culto a Dios en algunos eventos de Evangelización Renovada y mi fe no es la misma ni mi entrega es total, no me involucro enteramente en los modernos rituales de cantos que desconozco y movimientos corporales que me alejan de mi acostumbrada concentración espiritual.
Tal vez sea que el cambio no se produzca instantáneamente y lleve un tiempo para comprender y conocer, pero mientras eso sucede... ¿qué debo hacer? O quizá sea mejor, que siga adorando a Dios, alabándote a ti Virgen y Señora nuestra y venerando a los ángeles y santos, como lo he hecho desde que fui bautizado y tuve uso de razón.
Rezando en silencio con la voz del alma, lleno de sagrado entusiasmo y fe, llegando a rozar con mi mente y devoción los linderos del Reino Celestial.
En completo silencio y mirando frente a frente a Jesús, Vivo en la Santísima Eucaristía, contarle mis penas y alegrías, pedirle humildemente que se apiade de los pobres, que sane a los enfermos, que proteja a los niños inocentes, que envié a su Espíritu Santo a que le de fuerza, física y espiritual, inteligencia y sabiduría a nuestro Santo Pastor Universal, el Papa Francisco, e igualmente a todos los cardenales, obispos, y sacerdotes para que puedan cumplir cabalmente y amorosamente la misión que Dios les ha encomendado.
Y en mi plática silenciosa también le pido que me dé su humildad, su paz, su paciencia y sobre todo que me permita cumplir su santa voluntad.
Por último, por ser lo primero, le doy gracias por todos los beneficios, favores, y dones que sin merecer, me entrega cada día en mi vida y entre ellos el favor más grande que me haya concedido, el haberlo conocido.
No sé Madre mía... ¿Cómo haré para decirle todo esto que te he expuesto, entre tanto bullicio de personas que se mueven a tu alrededor, cantando canciones que no conozco y movimientos de bailes que no sé bailar?
Bendito alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!