Ayer recibí por correo electrónico la noticia de que un compañero, de la escuela de la que nos graduamos hace ya casi 53 años, había fallecido.
Es el 51° hermano que se nos ha adelantado, en conocer la alegría de morir para vivir, de nuestra querida promoción G-52, perteneciente al Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, en Lima, Perú.
Hoy, día de publicación de nuestro post semanal, hemos querido hacerlos partícipes a todos los que habitualmente nos siguen, desde hace un poco más de 300 semanas, de un hecho que nos concierne directamente a un grupo de amigos pero que es cualidad inherente a todos los seres humanos.
El amigo a quien le tocó hoy la dicha infinita de recibir la luz celestial de la vida eterna, era mi hermano, mi compañero inseparable de nuestras andanzas juveniles.
Fuimos alumnos internos y vivíamos, estudiábamos, desayunábamos, almorzábamos comíamos y hasta dormíamos en camas contiguas en el dormitorio general del internado.
¡Siempre juntos desde el amanecer hasta el anochecer!
Solíamos salir de paseo los días domingo, algunas veces acompañados por otros amigos y otras veces en compañía de dos niñas con las cuales estrenábamos nuestros inocentes amores juveniles, amores que duran lo que el perfume de una flor puede durar.
Nos conocíamos tan bien y tan profundamente que ninguna experiencia de nuestras vidas juveniles existía si no la compartíamos ambos.
En Diciembre del año 1952, cuando nos graduamos, nuestras vidas se separaron como dos ríos que en natural bifurcación se alejan uno del otro, buscando nuevos horizontes. ¡Nunca más nos volvimos a encontrar!, solo a comienzos del presente año le hable para saludarlo por su cumpleaños. Y me enteré de que se hallaba muy delicado por un problema con su amigable corazón.
Ayer me dieron la noticia de su partida y recé por su alma con la oración mas sentida y a la vez más llena de gozo, porque estoy seguro que la Santísima Virgen de Guadalupe condujo su alma a la dulce morada de paz donde se ha unido a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.
Queridos hermanos, quisiera que esta pequeña remembranza personal les haga reflexionar sobre nuestro destino final, la gloria de poder contemplar la luz del Rostro Divino de Jesús Nuestro Dios y Señor; y para lograrlo hay que estar preparados para el último viaje.
Porque Jesucristo en sus propias palabras nos lo ha advertido, que debemos estar atentos y en plena gracia de Dios, porque nadie sabe cuando será el día que nos toque escuchar su llamado final.
Pidamos a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen María, guíen nuestros pasos por el camino de nuestras vidas y nos conduzcan a su morada celestial para poder dar gloria y adoración eterna a Dios Todopoderoso.
Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡ Viva Cristo Rey !!!