jueves, 8 de diciembre de 2011

María, Inmaculada Madre del Universo.



Hoy es tu día Madre mía, y humilde vengo a adorarte Reina de mi corazón y Dueña de mi vida entera. De las mil plegarias que aletean en mi mente, solo te puedo decir:

“Más que tú, solo Dios... solo Dios.”


Hoy celebramos lo que Dios dispuso en la eternidad de sus actos y que le tocó a la humanidad reconocer por medio del Papa Pío IX un 8 de diciembre de 1854, hace hoy exactamente 157 años: el Tercer Dogma Mariano, la Concepción de la Inmaculada Virgen Santísima María del hijo único de Dios, Jesús Nuestro Señor.


Es así que después de 4 años de la anunciación del Tercer Dogma, en el año 1858, la misma Virgen María se presentó en Lourdes, Francia a la niña Bernardita diciéndole: “yo soy la Inmaculada Concepción.” ¡Qué más certeza, qué más fehaciente prueba de la verdad de este Dogma Mariano!


Desde un principio Dios escogió y preparó con todo su amor de sabiduría celestial a la que fuera bendita entre todas las mujeres, para ser la madre de su muy amado hijo, Jesucristo Nuestro Señor, Dios Salvador y Redentor.


Vayamos con desbordante alegría en el alma a cantarle junto con los coros celestiales un himno a la Virgen María que le demuestre que nuestro corazón, transformado en una hermosa rosa roja, lo ponemos a sus pies para que ella se lo entregue a Dios nuestro creador. Hallemos aquí en este acto de amor para que lo entiendan todos los que no creen y no saben por qué los católicos veneramos a nuestra Madre Santa, es porque la Santísima Virgen María en todas su advocaciones es nuestra intercesora ante el luminoso trino de nuestra fe: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.


Quisiéramos tener hoy la humildad y amor de San Francisco de Asís y la sabiduría e inteligencia de San Agustín, ambos hijos amantísimos de la Virgen María, para poderle ofrecer lo más lindo y puro de nuestros pensamientos para convertirlos en una plegaria de infinito amor que le diga por una eternidad:


“Dios te salve María, llena eres de gracia,

Bendita tú eres entre todas las mujeres, Madre de Dios.”


Confiemos en María y que ella nos proteja como a Jesús protegió en la noche de la primera navidad tomándolo en sus brazos dándole todo el amor que Dios Padre puso en su corazón.

Hoy en el cielo a la derecha del Padre junto con Dios Hijo y bendecida por el Espíritu Santo, desde lo alto nos entrega todo su amor y sonriendo nos dice:

“Hijitos míos hagan todo lo que Jesús les pide. Oren mucho con fe y alegría.”
Así pues, aléjense del mal y con sus pies pisoteen la cabeza de Satanás y acaben para siempre con su hipócritas promesas llenas de falsedad y algún día, tal vez muy pronto, quizás mañana estaremos junto con ella en el paraíso alabando y adorando a Dios Nuestro Señor. Queridos hermanos recemos hoy con devoción y amor la oración de la Virgen María, el Santo Rosario, y al repetir cada Ave María ¡entreguemos a Dios nuestra adoración y a la Virgen María nuestro corazón!


Alabado y adorado sea por siempre Jesús sacramentado

¡¡¡Viva Cristo rey!!!

1 comentario:

  1. Madre Inmaculada,

    en este lugar de gracia,
    convocados por el amor de tu Hijo Jesús,
    Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
    hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,
    nos consagramos a tu Corazón materno,
    para cumplir fielmente la voluntad del Padre.
    Somos conscientes de que, sin Jesús,
    no podemos hacer nada (cfr. Jn 15, 5)
    y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
    seremos instrumentos de salvación para el mundo.

    Esposa del Espíritu Santo,
    alcánzanos el don inestimable de la transformación en Cristo.
    Por la misma potencia del Espíritu que,
    extendiendo su sombra sobre Ti,
    te hizo Madre del Salvador,
    ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
    nazca también en nosotros.
    Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes,
    transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
    Madre de Misericordia,
    ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado a ser como Él:
    luz del mundo y sal de la tierra. (cfr. Mt 5, 13-14).
    Ayúdanos, con tu poderosa intercesión,
    a no desmerecer esta vocación sublime,
    a no ceder a nuestros egoísmos,
    ni a las lisonjas del mundo,
    ni a las tentaciones del Maligno.
    Presérvanos con tu pureza,
    custódianos con tu humildad
    y rodéanos con tu amor maternal,
    que se refleja en tantas almas consagradas a ti
    y que son para nosotros auténticas madres espirituales

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