jueves, 25 de agosto de 2011

La Muerte, su Semilla y Frutos

La Muerte es el precio del Pecado. Dios Padre castigó la desobediencia de nuestros primeros padres con la muerte y por esto, desde su origen es la opción del ser humano por el mal. Todos los seres humanos llevamos en nosotros mismos la semilla de la muerte, heredada de Nuestros Padres Adán y Eva. Sin embargo Dios, en su infinita misericordia, nos libera de la muerte por el sacrificio de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, quien se inmoló por nuestra redención.

De lo anterior se desprenden dos verdades irrefutables:


Primera: Todos debemos morir porque somos pecadores.


Segunda: Jesús venció a la muerte y resucitó, así también todos los que sigamos a Jesús en nuestra vida terrenal resucitaremos de la muerte y viviremos eternamente junto a Él en su Reino Celestial.

No obstante que los católicos sabemos que Jesús derrotó a la muerte y resucitó de entre los muertos y subió al cielo y por ende también nos hizo partícipes de su inmortalidad por medio de su sacrificio en la cruz,

¡Tenemos temor a enfrentarnos con la muerte,
sabiendo que ella es parte de nuestra vida!



Todos tenemos necesariamente que morir algún día, pero aquellos que estén preparados para el final de su existencia material, siguiendo los mandamientos y preceptos de nuestra Santa Iglesia, gozaremos de la vida eterna en compañía del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo e igualmente de La Santísima Virgen María, y de los ángeles y santos del cielo.

No debemos a la muerte de un familiar por muy cercano que sea, o de un amigo por muy íntimo que este sea, llorarlos como si les hubiera sucedido una desgracia. Más bien debemos aceptar amorosa y humildemente la voluntad Dios nuestro Señor.
Es cierto que al perder a un ser querido, el dolor que nos embarga es un tanto egoísta, porque pensamos que ya no volveremos a estar junto a él o ella en este mundo terrenal, pero pensemos en la gloria inmensa que le espera al difunto el encontrarse con su Creador y eso lo dicen los textos sagrados: “que no podemos imaginarnos la dicha que nos tiene reservada Nuestro Dios el día de nuestra partida.”


Sean pues nuestras palabras hacia un hermano agobiado por la muerte de un ser querido no de pésame y de dolor compartido, sino de consuelo y de obediencia por el hecho dispuesto por la voluntad de Dios Nuestro Señor por el bien del alma que estará acogiéndola en el infinito remanso de su paz y la eternidad de su santísimo amor paternal.

Hermanos, recordemos para esta ocasión lo versos escritos por Santa Teresa:



VEN, MUERTE, TAN ESCONDIDA
QUE NO TE SIENTA VENIR
PORQUE EL PLACER DE MORIR
NO ME VUELVA A DAR LA VIDA.



Por último tengamos presente que a la muerte de algún ser querido...

No hay ofrenda más digna que una oración que nos brote sincera y humilde de nuestro corazón por el alma de aquel que se elevó a la eternidad de Dios Nuestro Señor.




ALABADO Y ADORADO SEA POR SIEMPRE JESUS SACRAMENTADO

¡¡¡VIVA CRISTO REY!!!

jueves, 18 de agosto de 2011

Las Tentaciones y Nuestros Defensores.

Las tentaciones no son pecados, lo expresa definitivamente La Santa Iglesia Católica, son intentos del demonio en llevarnos al pecado cuando aceptamos conscientemente sus tentaciones. Es decir, nosotros y solo nosotros somos culpables de nuestros pecados.



Las tentaciones son pruebas a nuestra fe y fortaleza; y debemos rechazarlas en cuanto se nos presentan aunque tengan la apariencia de buenas acciones, porque el demonio es astuto y siempre tratará de engañarnos.


Una de las formas mas comunes utilizadas por el mal para hacernos caer es la de ensalzar nuestra soberbia, acrecentando nuestra vanidad por hechos notables o excelentes acciones que nos las atribuye solamente a nuestra capacidad, dejando de lado la ayuda que siempre recibimos de nuestro Dios y Señor.


Dios nos concede las gracias de la vigilancia y de la oración en nuestra lucha contra las tentaciones.


Ya lo expresó por medio de Jesús cuando dijo:

“Vigilen y Oren para no caer en la tentación.” Mateo 26, 41.


Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar.



El demonio no hace excepciones para sembrar la semilla de la tentación en el ser humano, lo hace con santos, hombres o mujeres, ricos o pobres, creyentes o no creyentes, sacerdotes o laicos no exceptúa a nadie, todos estamos en la mira de su voraz malignidad.




Hasta a Jesús quiso tentar el demonio cuando oraba en el desierto. Todos nosotros conocemos este hecho de irreverente atrevimiento, pero Jesús de inmediato lo alejó y por tres veces trató de tentarlo nuevamente hasta que el Hijo del Hombre le alejó para siempre diciendo: “Vete, Satanás, porque la escritura dice: Adora al Señor tu Dios y sírvele sólo a Él. Este hecho nos demuestra que el demonio no se detiene ante nada y ante nadie para cumplir su principal cometido, el de hacer pecar al hombre y por ende a la humanidad.



Para combatir las tentaciones poseemos dos defensores externos, primero y ante todo, Dios Todopoderoso, que siempre está dispuesto a ayudarnos en los trances de peligro y a quien debemos invocar cuando las ocasiones de pecar se nos aproximen.




También tenemos al Arcángel San Miguel, quien fue uno de los 7 Arcángeles celestiales y quien encabezó la causa de Dios cuando Luzbel se rebeló en contra de Dios. Fue el líder de los ejércitos celestiales, quien infundió la fe y fortaleza a los ángeles del Señor para derrotar y desterrar del Reino de Dios al soberbio rebelde. Son muchas las oraciones escritas para solicitar la ayuda de San Miguel, cualquiera que usen será suficiente para que de inmediato se haga presente y haga huir al demonio, que enfurecido ante su más encumbrado enemigo no le opone resistencia y huye a refugiarse derrotado en el submundo de las tinieblas de su guarida infernal.


Para terminar, queridos hermanos en Jesucristo, tenemos al Espíritu Santo, consolador y defensor nuestro desde que descendió sobre todos nosotros el día de nuestro bautismo. El Espíritu Santo nos da la fe y fortaleza para combatir las arremetidas del demonio y de sus artimañas para hacernos pecar. Con sólo invocar su ayuda, las tentaciones desaparecen de nuestra alma y no importara cuantas veces sean las que le llamemos, siempre acudirá a socorrernos.


Por esto hermanos no aceptemos las tentaciones, rechacèmoslas de inmediato, Dios está con Nosotros... ¿quién podrá estar es Su contra?


ALABADO Y ADORADO SEA POR SIEMPRE JESUS SACRAMENTADO

¡¡¡VIVA CRISTO REY!!!

jueves, 11 de agosto de 2011

La Fe, Irreductible Fortaleza de Nuestra Voluntad y Base de Nuestras Creencias


La fe es como la raíz de una planta, que no la vemos a simple vista pero es la que lo sostiene y le da vida. Así como la raíz de un roble crece y se profundiza junto con el árbol al paso del tiempo y le da el sostén necesario para desarrollarse fuerte y vigoroso, así nuestra fe se enraíza en nuestro ser y nos proporciona el poder para no desviarnos del camino hacia Dios.


El hombre no puede vivir sin fe, es necesaria para él, tanto para su vida natural como para la espiritual.

La Fe natural es aquella que satisface la esperanza de nuestro ser material, ejemplo lo tenemos en la fe que tienen los enfermos cuando acuden al médico para que les recete alguna medicina que cure sus males, ésta es una fe de causa y experiencia ya conocida. Vamos al médico porque sabemos que él está capacitado para ejercer la medicina y lo que él nos dará, de seguro nos aliviará. Esto lo sabemos porque ya lo hemos experimentado y visto en carne propia, cuando el médico nos alivió y curó de otra enfermedad que padecimos con anterioridad.


La Fe espiritual es la que nos da la fuerza para creer con certeza en lo que no hemos visto ni experimentado. Es lo que creemos sin duda alguna por la gracia de Dios y del Espíritu Santo, ejemplo lo tenemos en la convicción completa de la existencia de un mundo al cual llegaremos por el camino de Cristo Jesús después de nuestra muerte y resurrección.


No tenemos certeza material de este hecho mas sin embargo la luz recibida del Espíritu Santo en nuestro bautizo, nos da la capacidad y la sabiduría para entender y creer lo que nos dicen la palabras de Jesús y las de la Sagrada Biblia. Esa es la fe verdadera y única que alimentándola y fortaleciéndola con las acciones de nuestra vida terrenal, nos llevarán a gozar eternamente en la presencia de Dios todopoderoso.


Jesús se lo dijo a Pedro, cuando éste camina sobre las aguas al encuentro del Señor y en un momento de duda y debilidad se empieza a hundir y Jesús dándole la mano le ayuda a levantarse, diciéndole: “Levántate hombre de poca fe”.


La Biblia define expresamente la Fe en la Carta a los Hebreos: “La Fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Heb. 11:1)




Hermanos, la fe no se mide ni se reproduce exteriormente, la fe es personal de cada uno y cada uno sabemos el valor y dimensión de nuestra fe y también Dios Nuestro Señor conoce nuestra fe y le halaga cuando es verdadera y lo entristece cuando es falsa.


¡Fortalezcamos nuestra fe con la oración!, que cuanto más oremos, más crecerá nuestra fe para alabanza y Gloria de Dios Nuestro Señor. Pidamos al Espíritu Santo colme nuestro espíritu con las bendiciones de la Virtudes Teologales: FE, ESPERANZA Y CARIDAD.


Alabado Y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado.
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

jueves, 4 de agosto de 2011

San Juan María Vianney, Cura de Ars

Nace este Santo Patrón de los Párrocos, el 8 de Mayo de 1786 en Dardilly (Francia) y entrega su alma a Dios el 4 de Agosto de 1859 en el pueblo de Ars (Francia).


Contó con la gracia de Dios de haber nacido en un hogar católico donde su madre le enseñó a amar a Dios instruyéndolo en los principios de nuestra santa religión. Su padre era dueño de una finca y desde muy niño lo educó en las labores de la misma iniciándose como pastor y luego ya mayor paso a cuidar de los rebaños.

A los trece años de edad hizo la Primera Comunión en Ecully, el pueblo de su madre ante mucho sigilo, tratando de no llamar la atención de las autoridades pues eran épocas de la naciente revolución Francesa, la que con el pretexto de Igualdad había ejecutado a muchos ciudadanos honestos y por igual a sacerdotes y religiosas. Los sacerdotes tenían que disfrazarse para poder cumplir con su ministerio y fue en este pueblo que conoció al Padre Balley quien fuera un factor muy importante en la vida religiosa de Juan María.

Por poco tiempo asistió a la escuela de su pueblo, pero en su mente ya germinaba la firme idea de ser sacerdote y salvar muchas almas para la gloria de Nuestro Señor. Su madre le apoyaba mucho en sus inquietudes religiosas; no así su padre, quien le dio mucha lucha para aceptar la inclinación religiosa del joven Juan María.

Habiendo subido al poder Napoleón Bonaparte, poco a poco fue dando cierta libertad a la Iglesia. El Padre Balley por ese entonces, ya Párroco de Ecculy abrió en la rectoría una pequeña escuela para formar como sacerdotes a aquellos jóvenes que sintieran la vocación.

¡Era la oportunidad de Juan María!... y decidió irse a con el Padre Balley con la autorización de su padre quien veía que era lo mejor para el joven. En el pueblo, se quedó en casa de una tía mientras asistía a la escuela, tenía 20 años.

Muchos decían que era torpe, por no decir estúpido, pero ¡nada mas lejos de la verdad!... su juicio nunca estuvo errado, pero su memoria era débil. Eran muchas las dificultades que pasaba con el latín y hasta estuvo a punto de regresar a su casa, pero el Padre Balley le ayudó mucho y logró que su progreso lo alejara de sus ideas de desaliento.

En Octubre de 1813 ingresa al Seminario Mayor de Lyon pero su inadecuado conocimiento del latín le hace casi imposible seguir las lecciones de sus maestros en el seminario y al final de su primer término es invitado a que se marchara. Pero nuevamente el Padre Balley acude en su ayuda y juntos logran después de exámenes privados y especiales que se ordenara sacerdote el día 13 de Agosto de 1815... tenía 29 años.

Grande fue su satisfacción cuando recibió la orden de ser asistente del Párroco de Ecculy, su benefactor el Padre Balley, y después de casi dos años en este ministerio el Padre Balley falleció en los brazos de Juan María Vianney el 17 de Diciembre de 1817.



En Febrero de 1818 recibe la comunicación diocesana de que se le trasladaba al pueblo de Ars como capellán, Al llegar a las afueras del villorrio , y notar su pequeñez, Juan María dijo: ”La parroquia no será capaz de contener a las multitudes que vendrán hacia aquí.”

Pasaron 41 años desde el día que Juan María Vianney llegó a Ars, fueron años de actividad indescriptible en donde con su amor y humildad transformó:

a un pueblo alejado de la Iglesia en un pueblo fiel y creyente...

a un templo destartalado en una digna casa de Dios. Y a donde venían a buscarle miles de personas para escuchar sus palabras de sabio consejo.

El día 4 de Agosto de 1859 este humilde sacerdote, hoy Santo Patrón de todos los Párrocos de la Iglesia Católica, entregó su alma al Creador.


Hoy el cuerpo de este Santo y humilde sacerdote, ejemplo para todos los párrocos del mundo, descansa incorrupto en la Basílica de Ars.

Que la humildad y amor al servicio que entregó Juan María a sus semejantes, para la Gloria de Dios Padre, les ayude a comprender que: "Los elegidos del Señor no son solamente los eminentes sabios doctores de la Iglesia sino aquellas almas sencillas de corazón puro como Juan María Vianney"

Y que su ejemplo de fe y constancia nos lleve a concretar los anhelos de nuestros corazones para la difusión de la Adoración Eucarística Perpetua en todo el mundo.




ALABADO Y ADORADO SEA POR SIEMPRE JESUS SACRAMENTADO.


¡!!VIVA CRISTO REY!!!