jueves, 14 de abril de 2016

El Dolor en la Pasión y Crucifixión de Jesús


¿Hemos alguna vez tratado de imaginar o de explicarnos verdaderamente qué magnitud tuvo el dolor de Jesús,  en el camino subiendo al Gólgota, para ser luego crucificado;  y el martirio que pasó clavado en la cruz durante más de tres horas de agonía?

Después de ser juzgado por Poncio Pilatos y entregado a los judíos para que le dieran muerte en la cruz, por un delito que jamás cometió, comenzó el acto culminante de su Pasión.

El Hijo de Dios, en su naturaleza humana tenía que experimentar el dolor físico y espiritual,  como cualquier ser humano, para poder cumplir con el holocausto de su muerte,  la razón de su Encarnación: Redimirnos del pecado y abrirnos las puertas a la vida eterna. 

Fatigado, sin haber comido ni bebido líquido alguno, llevando sobre su cabeza una corona de espinas que se le clavaban en la frente haciendo brotar gotas de sangre que entorpecían la visión de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas, dejando en ellas las huellas del rojo lacerante de su dolor.

En ese deprimente estado, el Hijo de Dios, fue obligado a cargar sobre su espalda -sangrante por los flagelos recibidos- con el peso agobiante del madero de nuestra redención.

Al mediar el transcurso de su doliente camino hacia la cima del Monte Calvario, con los pies destrozados por lo agreste y rocoso del sendero, con el rostro bañado en una mezcla de sangre y sudor, ya casi sin fuerzas, cayó exhausto por el peso de la cruz de su eterna glorificación.

Y fue a latigazos obligado a levantarse y seguir adelante con su pasión, bajo el sol hirviente del desértico paraje. Y, así,  la misma escena se repitió dos veces más, aumentando en cada una de ellas el anticipo del sufrimiento que le aguardaba al llegar al lugar de su crucifixión.

Alcanzado el recorrido de la dolorosa ascensión, con el rostro ya completamente desfigurado por los golpes y los salivazos recibidos de la soldadesca y del populacho fue tendido casi desnudo, sobre el madero, hoy símbolo de nuestra fe. Y le clavaron al madero, primero las manos  y luego los pies, con el vil ensañamiento de su feroz odio hacia aquel, que durante su vida en la tierra solo les dio lo más puro de su amor.

Imaginémonos el dolor tan profundo, terrible e indescriptible que Jesús tuvo que soportar al recibir las heridas que abrían las palmas de sus manos y los empeines de sus pies, atravesando piel, carne y huesos de su desfalleciente humanidad.

Baste mencionar lo que padeció clavado ya en lo alto de su cruz, la herida del costado provocada por la lanza de Longinos, la angustia de su terrible sed calmada, por una esponja remojada de vinagre.

Por encima de este cúmulo de sufrimientos e injurias físicas, el Verbo hecho Hombre, soporto la soledad del abandono,  la negación de sus discípulos, la ingratitud de sus seguidores y la falta de Dios Padre, que le hizo decir: “Padre,  ¿por qué me has abandonado?”.

Queridos hermanos, esta es la razón de mi pregunta, título de este artículo, 

¿Sientes y realmente padeces los sufrimientos de 
Jesús en su Pasión y Crucifixión? 

Porque eso es lo que hoy Jesucristo siente y padece cada vez que cedemos al pecado… Lo crucificamos cada vez que lo hacemos.

Si de verdad así lo sintiéramos… 

¡No volveríamos a pecar en nuestra vida!


Para alcanzar la plenitud de gracia, roguemos al Divino Jesús Sacramentado que nos de la fuerza física y moral para alejarnos de las ocasiones próximas al pecado. Y pidamos a la Santísima Virgen María, la dulce Madre de Dios, interceda por nosotros ante Dios Todopoderoso para que nos perdone por las veces que hemos pecado sin haber sentido el dolor verdadero de haberlo hecho.

Y que a partir de hoy, acudamos al sacramento de la Reconciliación solo para confesar que hemos tenido solo la tentación, sin llegar a crucificar a Jesús como antes lo hacíamos.



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡ Viva Cristo Rey !!!

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