jueves, 1 de octubre de 2015

Confesiones a Ustedes Hermanos.


Revisando las páginas del alma, donde recordé arrepentido los consejos torcidos recibidos del maligno, quiero describir en este articulo lo que en cada Celebración Eucarística decimos en el “Yo Pecador”. (Confiteor, en latín)

Por lo tanto pido a ustedes hermanos que roguéis por mi y todos los pecadores, inclusive ustedes, y que estas palabras sean una advertencia para NO escuchar los consejos de Satanás, por más atractivos y prometedores que nos parezcan.

La puerta del pecado es el pensamiento que brota de una mente débil inducida por el demonio y que crece conforme lo vayamos escuchando, hasta convertirse en una obra que ofende a Dios.

La primera y preferida trampa que nos tiende Satanás es la de engañosamente alabar nuestra egolatría, también conocida con los nombres de vanidad, orgullo, y la soberbia, que es el estado más indigno del ser humano ante Dios.

¿A quién no le agrada ser reconocido públicamente 
por haber obtenido
una distinción sobre sus demás hermanos?

¡¡¡Cuidado!!! Este es el primer paso que empuja a nuestras almas a las manos de Satanás. Nos sentimos superiores, nos vanagloriamos de nuestra encumbrada posición. Y así va creciendo en nosotros la fuerza del demonio que nos llevará irremediablemente al pecado de la soberbia, que nos aleja y arroja a Jesús de nuestros corazones.

Al instante que sintamos una pequeña, por más pequeña que sea, una chispa de orgulloso placer, rechacemos el indigno sentimiento que nos amenaza e invocando a nuestra protección divina, mediante ella, echemos de nuestras mentes y almas al demonio depredador.

Esta lucha del bien contra el mal es una batalla diaria que tenemos que librar con la firmeza de nuestra Fe en Dios. No podemos, no debemos descuidarnos, estemos siempre preparados para enfrentar al mal.

¿Cómo podremos estar preparados para combatir y vencer al mal,
que nos es otro que el mismo Satanás?

Construyamos un fuerte triangular que proteja nuestras vidas espirituales y que cada lado este resguardado por:

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Que nuestra fortaleza sea tener siempre a Jesús en nuestros corazones mediante el Sacramento de la Santísima Eucaristía, porque cuando más recibamos el Cuerpo y la Sangre del Hijo, más tendremos la eficaz ayuda del Padre y la fuerza del Espíritu Santo.

  • Ayunemos con frecuencia y demos a nuestros cuerpos lo indispensable para mantener la vida ya que con el ayuno el espíritu se fortalece y nuestras almas se elevan, besando a Dios.

  • Llenémonos de amor y de paz, de castidad y paciencia, de caridad y generosidad, de diligencia y templanza.

  • Oremos continuamente pidiendo a la Santísima Trinidad que nos haga santos.
  • Y pidamos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros, pidiendo a su divino Hijo, Jesús Sacramentado, eleve nuestra plegaria a Dios Padre Todopoderoso para obtener de su Espíritu Santo la gracia perfecta de la humildad.



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡ Viva Cristo Rey !!!


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