miércoles, 18 de septiembre de 2013

Salmo 50: Canto de Penitencia y de Piedad


Hoy tocamos el tema del Salmo 51 de la Biblia, que corresponde al Salmo 50 en la Vulgata, versión latina de la Biblia realizada por San Jerónimo por orden del Papa Dámaso a finales del siglo IV.

El Salmo 50 es el más intenso y repetido Salmo penitencial, cuya lectura es impuesta por muchos sacerdotes al pecador, como penitencia, por los pecados cometidos.

También la Liturgia de las Horas nos hace repetir este Salmo en las Laudes de cada viernes, que es una de las dos Horas Mayores, junto con las Vísperas.

La Liturgia de las Horas u Oficio Divino, son las horas del día en que la Iglesia dispone las oraciones que deben rezarse en cada una de ellas. 
Las Horas Mayores como ya lo hemos mencionado son las Laudes y las Vísperas.
Las Horas Menores, son  Prima, Tercia, Sexta, Nona y Completas.
En un principio la Liturgia de las Horas era obligatoria en todos los recintos Monacales pero el Concilio Vaticano II autorizó su práctica a todos los fieles.

Laudes del latín Alabanzas, es la oración de la mañana, santifica el día y hace memoria de la Resurrección del Señor.

Vísperas, oración de la tarde como Acción de Gracias, memoria de la Redención y Esperanza de la Vida Eterna.

A continuación transcribimos el Salmo 50,  donde hemos omitido los dos primeros versículos que son simplemente introductorios:



Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
Por tu inmensa compasión borra mi culpa;
Lava del todo mi delito,
Limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
Tengo presente siempre mi pecado:
Contra ti, contra ti solo pequé,
Cometí la maldad que aborreces
en la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.

Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.

Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados
aparta de mi pecado tu vista,
borra en mi toda culpa. 

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme:
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu Santo Espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios salvador mío, 
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
Tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.


Desde los primeros años del judaísmo, los judíos temían la ira de Dios cuando lo  ofendían con actos impuros o por el quebrantamiento de algunos de sus mandamientos, y  mediante sacrificios y holocaustos pretendían reconciliarse con Él.

Con la llegada de Jesús al mundo este concepto fue remplazado por la nueva religión establecida por el Hijo de Dios, el Cristianismo; que establecía que las ofensas contra Dios eran perdonadas por su infinita misericordia e infinito amor a los hombres.

Para obtener el perdón de sus pecados el hombre tiene que reconocer cabalmente que ha cometido deliberadamente una grave ofensa contra su creador; y debe sentir en su corazón,  el verdadero dolor de su injuria, además de arrepentirse firmemente de la falta cometida y procurar con entereza no volverla a cometer.

Para cumplir lo prometido el pecador adquiere un compromiso definitivo donde el testigo es el mismo Dios a quien no podremos jamás engañar.

Hermanos, alejémonos del pecado que es lo que Dios aborrece; pidamos a Jesús Sacramentado que nos de fortaleza de espíritu para rechazar las tentaciones del demonio.

Oremos con fervor, practiquemos el ayuno y recibamos a Dios Eucaristía, de ser posible todos los días,  para que el eterno amor de Jesús sea siempre el huésped divino de nuestros corazones y que nunca le echemos fuera por haber caído en el pecado.



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

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