Preparemos nuestros corazones para con inmenso júbilo rendir homenaje y pleitesía, a la Dulcísima Virgen María, que escogida por Dios Padre, fuera la Madre de Jesucristo Nuestro Divino Redentor.
Se cuenta que en Roma, hace muchos siglos se rendía culto a la Diosa Maia, protectora de la fertilidad y de la maternidad. Se dice tambièn que el nombre del mes de Mayo se deriva del de la Diosa Maia (también llamada Bona Dea). Y es el mes de Mayo en el hemisferio norte donde se haya en apogeo la Primavera.
Es pues lógico que la Iglesia Católica haya designado a Mayo como el Mes de María, porque la Primavera es la estación en que las flores con sus ora tímidos colores, ora con sus encendidos matices anuncian el comienzo de la fertilidad.
La flor más bella de la creación, la Santísima Virgen María, nuestra intercesora ante su amado Hijo y Dios Padre nos muestra el camino para llegar a ellos.
¡¡Nos cuida y protege cubriéndonos con su manto, en nuestros momentos de tribulación o de desesperanza!!
Nuestra Madre Celestial no sería solamente festejada en el mes de Mayo, también nuestra madre terrenal tiene su lugar en Mayo como también en nuestros corazones ambas durante toda nuestra vida.
Ejemplo de dulzura y de amor infinito es la Virgen María, nuestra madre, porque Jesús estando clavado en la cruz nos la proclamó como madre de toda la humanidad.
Hoy uno de Mayo se inicia el mes dedicado a María, la Santísima Virgen Madre de Dios, y con la sonrisa de nuestro amor en todos nuestros corazones, humildemente nos postramos a sus pies y le entregamos nuestra alma, nuestra vida, todo nuestro ser envueltos en el aroma de una oración que nos brota del corazón:
Dios te salve María, ... Ruega por nosotros … Amen!
¿Quièn no ha sentido alguna vez en su vida la caricia profunda en el alma, cuando nuestra preferida Virgen nos ilumina con la luz de su ternura?
¿Quièn no ha experimentado la dulzura de comprensión cuando nos sostiene en sus brazos para sacarnos de una aflicción?
¿Quièn no ha derramado lágrimas sinceras de arrepentimiento cuando hemos pecado y avergonzados, no podemos mirar a nuestra Madre Celestial?
¿Quièn de niño no le ha rezado una pequeña oración antes de dormir, entregándole en ella, la flor candorosa de nuestra inocencia infantil?
¿Quièn siendo joven no le ha entregado la lozanía primaveral de los años juveniles cuando le llevábamos nuestras flores más bellas convertidas en dulces versos de amor sin igual?
Quien no ha vivido alguno de estos ejemplos --aunque sea solamente uno-- ¡¡No ha vivido!!, ¡no ha conocido!, ¡no ha sentido la infinita alegría de poder llamarse y sentirse hijo de la dulce Virgen María, también Madre de Dios!.
Todos los católicos veneramos a María en alguna de sus santas advocaciones, como, la Virgen de Guadalupe, la Inmaculada Concepción, la Virgen del Perpetuo Socorro, la Virgen del Carmen, Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, la Virgen de las Mercedes, Virgen del Pilar, y cientos más.
No son diferentes las advocaciones, no nos confundamos, ¡solo representan a una sola!, la única, la Bendita entre todas las mujeres: la Inmaculada Santísima Virgen María, la Madre de Dios.
Queridos hermanos empecemos el mes de María, acudiendo a nuestra Capilla de Adoración Eucarística Perpetua, en compañía de nuestra Señora de la Santa Eucaristía, y con silente devoción recemos llenos de amor la oración del Santo Rosario, para que Jesús Sacramentado sonría porque sabe que también veneramos con infinito amor y eternamente, a su Santa Madre, Reina del cielo y de la tierra.
Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
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