jueves, 13 de enero de 2011

La Oración y el Canto.


La oración y el canto ambas, son expresiones del alma e individualmente son un medio de comunicarnos con Dios.
La primera, de manera personal, en la inmensidad del silencio, abrimos nuestro corazón para entregárselo íntegro a Nuestro Señor.

La segunda, en expresión colectiva, pincelamos nuestros corazones con el revestimiento de la música que es del agrado de nuestro Creador. Por esto alguien dijo que una canción al Señor vale por dos oraciones.

De las dos maneras expresamos el sentir de nuestra alma y el regocijo espiritual que sentimos al hacerlo... Nuestra oración es la rosa que brota de nuestro agradecido corazón y el canto es la lluvia de rosas que alfombra el camino de nuestra alabanza a Dios.

La oración es el vínculo de unión perfecta entre el hijo y el Padre, es la comunión indivisible entre un Ser y su Creador, es la escondida brisa de amor que nos renueva la pasión de nuestra fe.


Por otro lado, el canto es el grito espiritual de nuestra sangre y vida toda, que nos hace temblar en refulgente estallido de estrellas que envuelve a un coro de fieles agradecidos que adoran y alaban a Nuestro Señor.

¡Dios mío, no se si gozo más cuando en silencio de amor indescriptible renuevo los sentimientos de mi fe con tu presencia... o si cuando en dulce unión con mis hermanos, al compas de la sacra música siento en los latidos de mi corazón el eco de nuestra alabanza que a tus pies descansa como símbolo de amor, humildad y de esperanza!


Es por esto que debemos de orar y cantar, con toda la intensidad física y espiritual de nuestra integridad personal, que nuestra oración llegue a Dios como una ofrenda inmaculada de obediencia fiel a sus designios y a su indiscutible e inefable voluntad.

Hermanos, ejercitemos estas sencillas prácticas para la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Oremos, y que esta plática personal con el Santísimo nos llene el corazón de paz y de alegría y encienda nuestra fe con el fuego de su amor.
Igualmente cuando en unión de otros hermanos cantemos al señor, hagámoslo con toda nuestra sincera humildad de hijo agradecido que desea fervientemente poner a los pies del Padre la ofrenda eterna de nuestra vida espiritual.



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado.

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

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