jueves, 7 de julio de 2011

¿Está Dios Padre en Nuestras Oraciones?

Indudablemente todos los católicos creemos en Dios Padre y siguiendo sus mandamientos, obedecemos los diez; pero con mayor afán y ahínco el primero: “Amarás a Dios sobre todas las cosas.”


Siendo nuestro Dios un Trino indivisible compuesto por tres personas distintas, es lógico que al alabar y adorar a uno de ellos lo hagamos con los tres, pero... ¿En verdad sentimos en nuestros corazones el mismo recogimiento y amor cuando nos dirigimos a Dios Hijo o al Espíritu Santo como las pocas veces que nos dirigimos en forma directa a Dios Padre?... Creemos que No. Sabemos que el camino para llegar al Padre es seguir al Hijo, sin embargo nuestro espíritu y entendimiento se dirige al Hijo sin cabalmente creer que lo hacemos solo como un medio para llegar al Padre. Nuestras oraciones se detienen en Cristo.


Hagamos un examen sincero en nuestra conciencia y sabremos la verdad inspirados por el Espíritu Santo:

En verdad muy pocas son las veces que acudimos a Dios Padre en plegaria directa para solicitarle algún favor, siempre o casi siempre lo hacemos por intermedio de Jesús, La Santísima Virgen María o cualquier Santo de nuestra devoción particular. Es necesario dedicarle un momento de nuestra vida diaria al creador del Universo, a nuestro Dios Padre Omnipotente.

¿Cómo te puedo comprender, oh Dios, siendo tan grande,...

si no puedo comprenderme a mí, que soy tan pequeño? (San Agustín)

Esta es la verdad de nuestra ignorancia y de nuestro desconocimiento, si pudiéramos descifrar todo lo que encierra nuestro ser, que fue creado por Dios a su imagen y semejanza, podríamos comprender a Dios nuestro creador.


¡Renovémonos, oremos a Dios para que descubra ante nuestros ciegos ojos la verdad de nuestro divino origen y nos permita llegar a la eternidad que Dios nos tiene prometida!

A continuación transcribo unas Letanías de Lamentación escritas por San Agustín, y que encierra la miseria en que hemos convertido los hombres, el don sagrado de la vida que nos dio el Dios que nos creó:

  • Ante tus ojos, Señor, ponemos nuestras culpas, y junto a ellos ponemos los castigos recibidos.

  • Si pensamos el mal que hemos hecho, es menos lo que padecemos y más lo que merecemos.

  • Es más grave lo que cometimos, y más leve lo que sufrimos.

  • Sentimos la pena del pecado, y no quitamos la pertinacia del delito.

  • En tus castigos se aniquila nuestra debilidad, mas no se muda nuestra iniquidad.

  • Se inclina el espíritu dolorido, pero no se doblega la cerviz.

  • Nuestra vida suspira en el penar, pero no se enmienda en el obrar.

  • Si esperas, no nos corregimos; si castigas, no lo sufrimos.

  • Mientras dura el castigo, confesamos lo que pecamos; cuando pasa tu visita, olvidamos lo que lloramos.

  • Si extiendes tu mano, prometemos obrar bien; si suspendes el golpe, no pagamos lo prometido.

  • Si hieres, clamamos para que perdones; si perdonas, de nuevo provocamos para que hieras.

  • Tienes, Señor, reos confesos; reconocemos que si nos perdonas, es justo que nos castigues.

  • Concédenos, oh Padre omnipotente, aunque no lo merezcamos, lo que pedimos, pues hiciste de la nada a los que te lo pedimos. Por Cristo Nuestro Señor. Así sea.




Hermanos, ¡qué bellas y ciertas palabras las que San Agustín escribió y que nos llegan al fondo del corazón soplando sobre nuestras conciencias las brisas del arrepentimiento y el deseo de no volver a pecar!
Dios Todopoderoso, te pedimos que en tu facultad omnipotente transformes nuestro corazón, pedazo de carbón inerte, en una brasa ardiente de fe que irradie la luz de tu Espíritu Santo, aquí en la tierra hasta que tú lo permitas, y allá en el cielo por toda la eternidad.




ALABADO Y ADORADO SEA POR SIEMPRE JESUS SACRAMENTADO.
¡¡¡VIVA CRISTO REY!!!

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