¡Oh Dios mío, qué difícil es el camino que nos ofreces
para alcanzar el Reino de tu amor!
- No solo basta amarte, sino que ese amor sea igual al amor que Tú nos das.
- Un amor sin límites ni egoísmo personal,
- un amor que siempre crece y nunca se detiene ni decrece.

Yo quiero firmemente ser humilde hasta que mi humildad me lleve a la más ínfima humillación y que derrame verdaderas lágrimas de dolor por no poder ser más humilde. Y poder decirte:
Dios mío, perdón, quise ser humilde como lo eres Tú, pero no pude. Te ruego que por tu infinita misericordia, me perdones y me consideres el menos humilde de todos los que te aman con verdadero amor.

Comprendiendo mis errores, con los cuales muchas veces te ofendí, recurría a mi oración más preferida, al Salmo más querido que mi mente imaginaba y pensaba que solo yo y nadie más podía orar así... Y no era otra cosa que el maligno despertando a mi soberbia.
Ayudaba al pobre con lo poco que tenía, y pensaba que era solo yo el que daba lo que no me sobraba, y no era otra cosa que el maligno que tentaba mi vanidad.
A los enfermos con prontitud visitaba para consolarlos en su enfermedad, y si no podía, muchas oraciones rezaba para que tuvieran en Dios resignación y pronta recuperación. Y sentía personal regocijo por mi buena acción y no era otra cosa que el maligno dando lustre a mi orgullo.
Y así en una cadena de actos buenos con malas envolturas, fui caminando por tu camino, pero muy atrás de tí Señor.
Hasta que un día, ¡Bendito Dios mío! me llevaste a que te viera en tu Capilla de Adoración Eucarística Perpetua, y te acercaste a mí, adorado Jesús Sacramentado, y dándome tu mano me dijiste:
"Desde hoy caminarás junto a mí."
Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
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