¿Está bien o está mal... Que sigamos los consejos espirituales de nuestro Santo Padre, quien nos invita a estar siempre alegres mientras que algunos de nosotros, no tenemos en el corazón esa alegría que mostramos para el exterior?
¿Está bien o está mal... Que confesemos todas las semanas nuestros pecados prometiendo jamás volver a cometerlos y sin embargo volvemos a lo mismo, como una rutina donde no existe el arrepentimiento sincero?
¿Está bien o está mal... Que asistamos cada domingo al Santo Sacrificio de la Eucaristía y al pisar el umbral de salida del templo, empecemos a maldecir y renegar por algo que sucede y que no nos agrada?
¿Está bien o está mal... Que demos una limosna al necesitado pero siempre buscando la moneda más pequeña en vez de dar lo que nuestro corazón nos dice que debemos dar con justicia y amor?
¿Está bien o está mal... Asistir a una ceremonia religiosa multitudinaria para rendir Culto a Dios, y dejemos abandonado a Jesús Sacramentado en su humilde Capillita de Adoración Eucarística Perpetua?
¿Está bien o está mal... Invocar a Jesús, a la Santísima Virgen María o al Santo de nuestra devoción, para que nos ayude en algún trance de necesidad y una vez obtenido lo solicitado, no recordamos darle las gracias a nuestros santos bienhechores?
¿Está bien o está mal... Comprometernos a pasar una hora a la semana en oración y adoración a Jesús Sacramentado y en lugar de ir a cumplir con Jesús Vivo en la Sagrada Hostia, nos vamos a la obligación que tenemos con el familiar, con el amigo y hasta con el solamente conocido?
¿Está bien o está mal... Que pidamos perdón a quienes hemos ofendido y cuando perdonamos a los que nos ofenden, digamos en nuestro interior, “yo perdono, pero nunca olvido”?
Podríamos continuar y seguir con miles y miles de otras interrogantes sobre lo que está bien y lo que está mal y llegaríamos a la conclusión de que cada persona es la única responsable de sus acciones. Siempre estaremos en la encrucijada, el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto, lo positivo o lo negativo.
Es la eterna lucha entre la tentación o el rechazo, que nos confronta a todos los seres humanos por igual, sin hacer distingos entre seres consagrados y simples mortales.
La tentación es obra del maligno y nos la ofrece a todos, inclusive se la propuso a Jesús, pero el rechazo es la potestad, primero de Jesús, y de todos aquellos que lo llevan a Èl, Nuestro Dios y Señor, en el alma y en el corazón.
“Cristo nos renueva incesantemente en la Sagrada Eucaristía dándonos un corazón nuevo. A través de su amor Eucarístico
Jesús nos transforma en sí mismo.”
Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. (Ga 2, 20)
Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
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