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miércoles, 19 de febrero de 2014

Confesión Sincera y de Corazón


Yo me confieso ante Dios Todopoderoso y ante ustedes hermanos que:



A pesar de estar bautizado y pertenecer a la Santa Iglesia Católica, no he cumplido cabalmente con sus preceptos. 


  • He mantenido la tibieza de mi fe enclaustrada en los caprichos de mi comportamiento egoísta, haciendo lo que me dicta mi comodidad y no lo que me reclama mi conciencia.


  • Cuando acudo al templo a participar en el Santo Sacrificio de la Misa, lo hago por obligación y no por el firme convencimiento de que voy a reconocer a Jesús Vivo en el Sacrificio de la Cruz, en la que se inmoló por mi salvación. Y para alabarlo y adorarlo con respeto y unción por el eterno amor que me tiene.


  • Cuando voy a la Santa Misa, muchas veces llegó tarde e ingreso al templo a la carrera, sin la debida compostura, que merece, primero Dios y también el sacerdote y todos mis hermanos presentes.


  • Me olvido en mi vestimenta, que voy a estar con Dios, mi rey y por lo tanto debo vestir ropa adecuada, la mejor que tenga, y no presentarme con  ropa deportiva, bermudas o camisetas que ostentan dibujos y frases indecorosas.


  • Cuando llego temprano al templo, antes de que empiece la Santa Misa, en lugar de estar en silencio orando y preparándome para debidamente participar en el sacrificio de Jesús, me dedico a platicar con el amigo o vecino de banca, distrayendo y ofendiendo a los demás.


  • Tengo igualmente que acusarme de pecar muy gravemente de pensamiento, acción y omisión durante el desarrollo de la misa.


  • De pensamiento: cuando dirijo irrespetuosas miradas a las mujeres que pasan a mi lado, llenando mi corazón de miserables ideas voluptuosas.


  • De acción: cuando sin importarme el momento de la Liturgia, saludo con movimientos de manos y brazos al conocido que está lejos de mi ubicación.


  • De omisión: son los que cometo con más frecuencia, y se refieren a la poca atención y a veces ninguna,  que dedico a las Lecturas de la Palabra de Dios. Me pongo  a dormitar cerrando los ojos y pienso en todo menos en lo que debo escuchar. Es por esta actitud, que si alguien me pregunta ¿De qué tratò el Evangelio?... no sé qué responder.


  • Llego al momento más sublime de la Misa y durante el cual sin considerar el milagro de milagros, cuando el sacerdote consagra la Hostia convirtiéndola en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, hay un momento en que por descuido, ignorancia o falta de fe y amor no le doy como debe ser el total respeto a la Sagrada Fórmula. 

El recogimiento que debe poseer mi cuerpo y alma, debe ser tal que las lágrimas deberían correr a raudales por mi rostro bañándome con un purísimo halo de santidad. Más  no es así, indigno soy de toda misericordia por no saber que  con mi reprobable conducta de no tener en mi cuerpo y en mi alma, en ese maravilloso instante, totalmente unido a mi mente y corazón a mi Dios, a mi creador, a mi salvador.


Hay muchas, muchas más ofensas que se me añaden al libro de mi vida y estoy completamente convencido de que por más que dedique las 24 horas de un día y de todos los días que me faltan por vivir, no alcanzaré a borrar de mi mente la más pequeña y leve de mis ofensas cometidas.


Con humildad por haber pecado crucificándote una y mil veces, solo puedo exclamar, ¡Dios y Señor mío, en tí espero, en tí confío, en tí creo!


Queridos hermanos que esta confesión les haga meditar sobre su  comportamiento para con Dios y amen a Jesús para que Dios Padre tenga misericordia de todos y nos lleve a su divina morada una vez que hayamos sido purificados, en la tierra por nuestros propios méritos o en el purgatorio por nuestros propios deméritos.






Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
   
     

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