La historia de los Seminarios hace su aparición en el mundo a mediados del siglo XVI, la Ordenación de nuevos Sacerdotes antes de este siglo estaba supeditada por un lado a las Órdenes Religiosas que desde los inicios del cristianismo tenían sus reglas como norma y el noviciado como requisito indispensable. Y por otro lado, especialmente durante el Medioevo, la Ordenación Sacerdotal se producía por influencia de los intereses políticos y reservada a las clases más poderosas de Europa.
El Primer Seminario para la formación de sacerdotes fue fundado por Santo Tomás de Villanueva en la Diócesis de Valencia, España. Posteriormente los Seminarios tomaron forma definitiva durante la celebración del Concilio de Trento.
En el Estado de Veracruz, México, se inicia el Seminario Mayor San José el día 2 de febrero de 1964. El papa Juan XXIII autoriza su fundación a solicitud de Monseñor José Guadalupe Padilla Lozano, Primer Obispo de la Diócesis de Veracruz. El Primer Rector del Seminario Mayor San José fue el Presbítero José Chavira, siendo el actual Rector el Presbítero Zeferino Páramo Magaña.
El seminario, escuela de los elegidos por Dios en todo el mundo, es el recinto donde los jóvenes se educan y son guiados por sus maestros para seguir los pasos de Nuestro Señor Jesucristo. Estos postulantes son los sarmientos de la vid en los viñedos de Dios.
¡Son los futuros Vicarios de Nuestra Santa Iglesia Católica en la función pastoral de la grey parroquial!
Ser llamado para seguir el camino de Cristo en un seminario es una gracia divina que Dios mediante el Espíritu Santo, implanta en las almas de los que son merecedores de tal distinción. Es una bendición para la familia, la Parroquia, la Diócesis, el país y el mundo todo.
Ser ungido sacerdote católico es el primer peldaño en la escala hacia la santidad. Reciben con este sacramento los dones del Espíritu Santo los cuales se transformarán en los que serán sus frutos: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y Castidad.
Platicando un día con uno de los jóvenes seminaristas asignados por la Diócesis para colaborar con nuestra parroquia, nos comentaba lo maravilloso que era su vida en el seminario; que no podía expresar el inmenso gozo que sentía en el alma tan solo al pensar que algún día podría en sus manos sostener el Cuerpo y Sangre de Cristo en la Hostia Sagrada... Sin duda este joven es en verdad un ¡elegido por Dios!
Desde ese momento lo tenemos en nuestras oraciones diarias para que Nuestro Señor le conceda su deseo de tan puro amor.
Jóvenes que estén leyendo estas humildes líneas, si alguna vez Jesús toca a sus puertas, no lo rechacen, acepten con un ¡SÍ! rotundo su invitación y serán felices teniéndolo como un compañero y amigo en la tierra, para después amarlo y adorarlo en el cielo por toda la eternidad.
Madres, si algún hijo les participa de su intención de ser seminarista, que sus corazones den un vuelco en sus pechos y agradezcan a Dios y llenas de amor y júbilo apoyen su decisión, porque además tendrán al fruto de su amor convertido en salvador de almas para la gloria del Señor.
Queridos hermanos, en nuestra próxima visita a Jesús Sacramentado, en la Capilla de Adoración Eucarística Perpetua, oremos pidiendo al Señor para que llame a los jóvenes y se llenen los seminarios de futuros sacerdotes santos, que contribuyan al establecimiento definitivo del Reino de Dios en toda la tierra.
Alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado
¡¡¡Viva Cristo rey!!!