El cambio es una rutina que se impone a otra y a otra, y así inmersos en la vorágine de la modificación no tenemos tiempo ni deseos de analizarla y menos calificarla, solamente la aceptamos, porque nos la imponen los que tienen la fuerza del poder.
Nuestras vidas son un cambio continuo, cambiamos de edades según nos lo indica el tiempo, cambiamos de ideas según nos lo ordena nuestra mente, cambiamos nuestros hábitos de acuerdo a nuestras costumbres, cambiamos de vestimenta tal como nos lo exige el clima, cambiamos nuestros amores según nuestros caprichosos sentimientos, en fin todo es cambio, nada perdura... pero, por otra parte, quien no cambia se enquista en la parálisis del No-Cambio y vive rezagado.
De lo anterior podemos deducir que los cambios pueden ser buenos o malos dependiendo del efecto positivo o negativo que afecte al objeto, materia o ser cambiante. Dice el refrán popular que "No hay mal que por bien no venga", y es paliativo conformista de aquél que, sabiendo que el cambio es malo, lo acepta.
Quien proyecta establecer un cambio ya sea personal o general debe hacer un análisis del mismo considerando los pros y los contras del mismo y el efecto que causaría su imposición. Claro está que nos referimos a los cambios que dependen de nosotros, no de aquellos que están sujetos a las leyes de la vida, de la naturaleza y de Dios, porque estos son inmutables a la pretendida acción de cualquier ser humano.
El mejor juez para dar una opinión si un cambio nos va a favorecer o nos va a perjudicar es nuestra propia conciencia, ella sabe perfectamente que cambio es bueno y que cambio es malo, apelemos a ella en el momento que vayamos a tomar una decisión. Hagámoslo sin subterfugios que nos dicten nuestra soberbia u orgullo personal, rechacemos el mal y no aceptemos ni oigamos los cantos de sirenas malvadas que nos quieren confundir.
Nuestro rechazo al cambio negativo debe ser hecho con toda nuestra integridad física y espiritual, vertical sin desviaciones ni concesiones, de tajo como cuando cortamos la hierba mala. Sin alardes de ataques personales a quien nos propone el mal, solo basta nuestro firme repudio y completo rechazo a la mutación propuesta.
Hermanos jamás cambiemos nuestra actitud y amor hacia Jesús Sacramentado, bendigámoslo y adorémoslo con toda la fe de nuestras creencias y preceptos establecidos por la Santa Iglesia Católica por intermedio de nuestros pastores espirituales en la tierra, el Papa Benedicto XVI, nuestro Obispo Felipe Gallardo Martín del Campo y nuestro Párroco Presbítero Rodolfo Cervantes a quienes ilumina Dios Nuestro Señor con el fuego del Espíritu Santo.
Hermanos prediquemos con el ejemplo, actuemos con humildad, paciencia, fortaleza, diligencia y caridad y demos eternamente gracias a Dios por permitirnos tener en Cardel una Capilla de Adoración Eucarística Perpetua.
Alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado.
¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
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