miércoles, 26 de febrero de 2014

La Santísima Virgen María, Nuestra Principal Intercesora ante Dios


La Inmaculada Virgen María es indiscutiblemente la más importante puerta que se abre para llevar nuestras peticiones a Nuestro Dios Padre

Nuestras oraciones llevadas como delicadas ofrendas en las tiernas manos de Nuestra Madre Celestial, representan el deleite más candoroso para Nuestro Señor.

¡¡Ningún santo, habido o por haber, logrará la misma atención amorosa que la que ofrece Dios a las súplicas de la Divina Madre de su Unigénito, Jesús Señor Nuestro!!

No dejaremos de tener un Santo predilecto, a quien pedimos su intercesión con Dios  para obtener un  beneficio o favor especial, sea éste, San Francisco de Asís, San Judas Tadeo, San Antonio de Padua o cualquier otro hombre o mujer canonizados. Pero no debemos olvidar jamás,  que la Virgen María está junto al Padre y al Hijo en el Trono Celestial.

La Santa Virgen María, Santa por su Divinidad, fue escogida por Dios para ser la Madre de su Hijo y Salvador de toda la humanidad, es en sí Corredentora, por haber engendrado por obra del Espíritu Santo a Nuestro Señor Jesucristo.

Nació sin pecado original y fue virgen inmaculada toda su vida y a su muerte fue elevada en cuerpo y alma al Reino Celestial.

Es necesario aclarar que la Virgen María es Una Sola y si se le venera bajo diferentes nombres que llamamos Advocaciones Marianas, que es una alusión  mística relativa a apariciones, dones o atributos de la Virgen María.

Aunque el nombre sea diferente al atributo relativo a la Virgen María siempre se refiere únicamente a ésta, así se haga mención a varios nombres en un mismo momento, la instancia es la misma, la Santìsima Virgen María.

Vayamos pues por el camino que Jesús nos indica, con paso firme y alegría perfecta a la meta a la que Él mismo nos conduce, nuestra salvación.

Personalmente, creo y es parte de mi fe que la dulce y bendita Madre de Dios, la Santísima Virgen María, me acompaña y protege en todas las etapas de mi vida. Dos testimonios que me atrevo a narrarles hoy, son la elocuencia más contundente de mi devoción y amor a mi Madre de los Cielos y a mi santa madre terrenal.

No tendría más de tres meses de nacido y habiendo sido bautizado a los dos meses de edad, estaba muy en paz durmiendo en mi cuna y a mi lado mi madre contemplándome con su dulce mirada de amor. De repente, según después me lo relató mi madre muchas veces, apareció al costado de mi cuna una imagen radiante de la Virgen María, pensó mi madre que estaba soñando o tal vez imaginando, pero se puso de rodillas mientras observaba que la Madre de Dios, despojándose de su sagrado manto me lo colocaba encima de mi pequeño cuerpo con una sonrisa de felicidad. Cerró un instante mi madre los ojos para pronunciar una oración, y cuando los volvió a abrir no había nadie, solamente su pequeño hijo despierto y riendo muy complacidamente. 

¡Bendito Sea Dios!, pues desde ese momento mi madre me encomendó a la Virgen María para que me protegiera y cuidara y cuando Dios dispusiera el fin de mi paso por este mundo,  llevara en sus brazos mi alma al lugar que el Todopoderoso le indicara.


Tenía a lo mucho trece  años de edad, cuando una enfermedad me postró en cama y durante tres meses permanecí en un hospital, donde diariamente mi madre acudía a darme su cariño y amor. Una noche me puse muy grave debido a una complicación y los médicos se lo comunicaron a mi madre y le aconsejaron traer al sacerdote del hospital para que me pusiera los Santos Óleos, porque difícilmente yo volvería a ver la luz del día. Así lo hizo mi madre y entre lágrimas y desesperación se quedó de rodillas junto a mi lecho, pidiendo a la Virgencita que me salvara. Al amanecer desperté y vi la luz del día, el dulce rostro de la Virgen María y el amor de mi santa madre.

Gracias les doy con todo amor y humildad a Jesús Sacramentado, a la Dulce Virgen María y a San Francisco de Asís, los tres pilares donde se sostienen mi fe, mi amor y todos los principios que mi madre quiso y supo poner en mi corazón.


Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

miércoles, 19 de febrero de 2014

Confesión Sincera y de Corazón


Yo me confieso ante Dios Todopoderoso y ante ustedes hermanos que:



A pesar de estar bautizado y pertenecer a la Santa Iglesia Católica, no he cumplido cabalmente con sus preceptos. 


  • He mantenido la tibieza de mi fe enclaustrada en los caprichos de mi comportamiento egoísta, haciendo lo que me dicta mi comodidad y no lo que me reclama mi conciencia.


  • Cuando acudo al templo a participar en el Santo Sacrificio de la Misa, lo hago por obligación y no por el firme convencimiento de que voy a reconocer a Jesús Vivo en el Sacrificio de la Cruz, en la que se inmoló por mi salvación. Y para alabarlo y adorarlo con respeto y unción por el eterno amor que me tiene.


  • Cuando voy a la Santa Misa, muchas veces llegó tarde e ingreso al templo a la carrera, sin la debida compostura, que merece, primero Dios y también el sacerdote y todos mis hermanos presentes.


  • Me olvido en mi vestimenta, que voy a estar con Dios, mi rey y por lo tanto debo vestir ropa adecuada, la mejor que tenga, y no presentarme con  ropa deportiva, bermudas o camisetas que ostentan dibujos y frases indecorosas.


  • Cuando llego temprano al templo, antes de que empiece la Santa Misa, en lugar de estar en silencio orando y preparándome para debidamente participar en el sacrificio de Jesús, me dedico a platicar con el amigo o vecino de banca, distrayendo y ofendiendo a los demás.


  • Tengo igualmente que acusarme de pecar muy gravemente de pensamiento, acción y omisión durante el desarrollo de la misa.


  • De pensamiento: cuando dirijo irrespetuosas miradas a las mujeres que pasan a mi lado, llenando mi corazón de miserables ideas voluptuosas.


  • De acción: cuando sin importarme el momento de la Liturgia, saludo con movimientos de manos y brazos al conocido que está lejos de mi ubicación.


  • De omisión: son los que cometo con más frecuencia, y se refieren a la poca atención y a veces ninguna,  que dedico a las Lecturas de la Palabra de Dios. Me pongo  a dormitar cerrando los ojos y pienso en todo menos en lo que debo escuchar. Es por esta actitud, que si alguien me pregunta ¿De qué tratò el Evangelio?... no sé qué responder.


  • Llego al momento más sublime de la Misa y durante el cual sin considerar el milagro de milagros, cuando el sacerdote consagra la Hostia convirtiéndola en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, hay un momento en que por descuido, ignorancia o falta de fe y amor no le doy como debe ser el total respeto a la Sagrada Fórmula. 

El recogimiento que debe poseer mi cuerpo y alma, debe ser tal que las lágrimas deberían correr a raudales por mi rostro bañándome con un purísimo halo de santidad. Más  no es así, indigno soy de toda misericordia por no saber que  con mi reprobable conducta de no tener en mi cuerpo y en mi alma, en ese maravilloso instante, totalmente unido a mi mente y corazón a mi Dios, a mi creador, a mi salvador.


Hay muchas, muchas más ofensas que se me añaden al libro de mi vida y estoy completamente convencido de que por más que dedique las 24 horas de un día y de todos los días que me faltan por vivir, no alcanzaré a borrar de mi mente la más pequeña y leve de mis ofensas cometidas.


Con humildad por haber pecado crucificándote una y mil veces, solo puedo exclamar, ¡Dios y Señor mío, en tí espero, en tí confío, en tí creo!


Queridos hermanos que esta confesión les haga meditar sobre su  comportamiento para con Dios y amen a Jesús para que Dios Padre tenga misericordia de todos y nos lleve a su divina morada una vez que hayamos sido purificados, en la tierra por nuestros propios méritos o en el purgatorio por nuestros propios deméritos.






Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
   
     

miércoles, 12 de febrero de 2014

Un Consejo, Una Sugerencia, Una Súplica Humilde.


Haremos hoy un alto en la divulgación de los Libros del Antiguo Testamento de las Sagradas Escrituras o Santa Biblia.

Nos llena el espíritu de azarosa congoja la situación actual de nuestro mundo y de la situación en particular de nuestra religión católica.

No es difícil ver que la degradación espiritual de nuestro planeta crece día a día, impulsada por la crisis de los valores éticos y morales, que socaban los principios del amor entre los seres humanos.  

Las naciones centralizan sus esfuerzos en conseguir la hegemonía sobre sus vecinos, tratando de imponerse por medio de la economía al más débil, al más vulnerable, haciendo de ellos sus esclavos financieros, para el exclusivo usufructo de los poderosos que tienen el poder en los países dominantes.

Esta política de abuso sobre el más débil se transfiere rápidamente a todas las capas sociales de las naciones donde reina la ley del más fuerte y donde los medios más bajos y repugnantes son utilizados para la obtención de un inmoral fin.

Esta miserable situación no es sino el resultado de la falta de una espiritualidad basada en la creencia  y amor a Dios. Estamos siendo consumidos por el monstruoso ser que hemos cobijado en nuestros corazones, que no es otro,  que el propio demonio.

No hay que buscar en otros el origen del mal y la culpabilidad, la culpa es nuestra y el mal lo llevamos como un sello grabado en nuestras almas, producto y resultado de nuestra soberbia, de nuestro alejamiento de Dios y nuestra sumisión total al dinero, que es el mismísimo Satanás.

Veamos nuestro mundo actual, nuestro país, nuestra ciudad, nuestra Parroquia, nuestra familia, nuestros gobernantes, nuestros líderes, nuestros maestros... 

¡Todo está impregnado de egoísmo, hambrunas, inundaciones, desastres naturales, corrupción, fraude, secuestros, asesinatos, saqueos, matanzas, guerras fratricidas, rencores y peleas entre miembros de una misma entidad religiosa, falta de respeto y divorcios entre los padres, abortos, muerte de padres a hijos y muerte de hijos a padres!

La lista es interminable y cada acto deshonesto es más horrible.

¡Basta ya! detengamos esta inmensa tragedia. Esta vorágine de destrucción que nos llevará al caos final, sin salvación, sin Dios, sin Jesús, sin Resurrección Celestial.


Queridos hermanos, seamos verdaderos seguidores de Jesús, evangelicemos con la palabra y con el ejemplo. 

Demos testimonio de nuestra fe amando con el amor que Jesús puso en nuestro corazón. 

Evitemos hacer el mal y hagamos todo el bien posible. Veamos a todos los seres humanos como verdaderos hermanos sin distinción alguna.

Que el "Yo Pecador" que rezamos al empezar el sacrificio de la Santa Misa, no sea un repetir de solo palabras, sino que sea la firme convicción de su significado y el reconocimiento del mal hecho.

Que donde aparezca o se asome el mal, tengamos la valentía de señalarlo, denunciarlo y enmendarlo porque la tibieza de no hacerlo,  nos convierte en cómplices del pecador y conformistas con el pecado.

Pidamos a Jesús Sacramentado que nos ayude a revertir el mal por el bien, 

Recemos:

  • Para que se apiade de esta humanidad,
  • Que envié al Espíritu Santo y derrame sus dones sobre todo los seres de la tierra,
  • Para que nuestro mundo sea el lugar que Dios creó con amor para ser la morada de sus hijos que Él creó a su imagen y semejanza.




Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!

miércoles, 5 de febrero de 2014

Josué, Jueces, Samuel 1, Samuel 2


Continuando con nuestra breve introducción a los Libros de la Biblia, Antiguo Testamento, proseguimos con los  Libros 6, 7, 8 y 9.


Libro de Josué

El Libro de Josué cuenta sobre la conquista de la tierra prometida después de la muerte de Moisés y se divide en dos partes.

La primera relata el paso del Río Jordán y la toma de Jericó. La segunda trata sobre el reparto de la tierra de Canaán entre las Doce Tribus de Israel.

El objetivo del libro de Josué es el de mostrar la Fidelidad de Dios en el cumplimiento de su promesa de dar a su pueblo la tierra de Canaán, tal como se lo prometió a Abraham, Isaac y Jacob.

El libro de Josué termina con su muerte la que llega sin haber totalmente consolidado la conquista de la tierra prometida, la que se produce siendo rey David.



Libro de los Jueces

Llámase así, porque sus protagonistas desempeñaban el cargo de jueces que era el de gobernar y reinar. Fueron en realidad los caudillos del pueblo de Israel en el periodo indicado.

Dios solía llamarlos directamente en tiempos de suma necesidad para que liberasen a su pueblo de sus opresores.
La enseñanza especial que nos da, es demostrar que Dios siempre castiga a su pueblo cuando éste se aparta de su ley, pero les provee un libertador cada vez que se convierte o pide auxilio a su Dios.

El libro de los Jueces transcurre desde la muerte de Josué y la judicatura de Samuel hasta la implantación de la monarquía.



Libro 1 Samuel


Registra la historia de Israel en la tierra de Canaán durante la transición de ser gobernada por los jueces a convertirse en una nación gobernada por reyes.
Samuel emerge como el último juez y él unge a los dos primeros reyes, Saúl y David, quién es ungido rey al darse Saúl muerte a sí mismo y a sus hijos.



Libro 2 Samuel

El libro comienza con David recibiendo la noticia de la muerte de Saúl y sus hijos. Este Libro 2 Samuel, es el registro de la vida de David y de sus hazañas. En él se relata la entrada triunfal de David a Jerusalén con el Arca de la Alianza. Esta acción marca el clímax de la historia que simboliza la unión pacífica de Dios con el hombre en una ciudad, a la cual David le llama ciudad de David o Sión.

El plan de David de construir un Templo en Jerusalén es vetado por Dios y le promete: 

1) que David tendrá un hijo que le sucederá, 
2) que ese hijo construirá el Templo;
3) que el trono ocupado por el linaje de David sería establecido para siempre; 4) que Dios jamás apartaría su misericordia de la casa de su hijo.

Este libro termina con la caída de David y el comienzo de una legendaria ”Época de Oro” con el reinado de Salomón



Queridos hermanos, esperamos que estas breves narraciones, escritas con sencillez y humildad, los lleven a buscar un mayor y mejor conocimiento de Dios, mediante la lectura de la Santa Biblia.

Para este fin, les sugerimos que cuando acudan a la Capilla de Adoración Eucarística Perpetua a su hora semanal, después de alabar y adorar a Jesús Sacramentado, lean con unción y respeto las Sagradas Escrituras en presencia del Santísimo para que el Espíritu Santo les de la inteligencia y sabiduría para conocer y comprender, la palabra de Dios escrita



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!