jueves, 31 de marzo de 2011

Vocación Sacerdotal, Regalo de Dios

La Vocación Sacerdotal es el llamado que hace Dios al ser humano para entregarle el don de su amor y que es libremente aceptado también por amor. Pero: “Muchos son los llamados pero pocos los elegidos.” (Mateo 22-14) es decir que muchos hemos sido llamados por Dios pero por preferencia a lo material, por falta de fe, por inconstancia, por intromisión familiar, por falta de un guía o consejero espiritual y por tantas causas más que brotan de nuestro egoísmo y soberbia, no quisimos oír la celestial invitación.

Ser ungido Sacerdote es el Sacramento mediante el cual el hombre ofrece su vida para obedecer a Dios y servir a sus semejantes. Es por estos principios básicos que debemos aceptar nuestra vocación no como una profesión u oficio sino como una vida espiritual santa que por amor nos lleve a la unión con Cristo Nuestro Señor.

La vocación es la aceptación total, honesta y con absoluta libertad que hace el hombre de iniciar y seguir el proceso que nos haga hijos elegidos de nuestro Padre Celestial. La vocación es la pequeña llama del amor de Jesús que inflama nuestros corazones para que en la culminación de nuestros objetivos se convierta en el sagrado crisol donde se fundan para siempre nuestra castidad, nuestra santidad, nuestra fe y nuestro amor para la alabanza y gloria de Dios Todopoderoso.

La Vocación Sacerdotal y la Ordenación Sacerdotal son los frutos del Espíritu Santo que recibe el hombre para llevar a cabo dignamente su misión en la tierra y para cumplir, antes de todo, con la voluntad de Dios. Me encuentro yo entre los muchos que somos llamados… Recuerdo que en mi juventud siendo acólito del templo de mi pueblo y teniendo en la familia a tres Padres de la Orden Seráfica de San Francisco de Asís y siendo mi madre católica practicante hicieron que en mí creciera la veneración por los santos, mi ternura por la Santísima Virgen María y mi respeto y adoración por Dios y que al mismo tiempo sintiera el deseo de ingresar como novicio en la Orden de San Francisco de Asís. Pero ya fuere por la muerte de mi madre, por una larga enfermedad que me aquejó a su fallecimiento o por la voluntad de Dios.

No acudí a su llamado… Ya recuperado seguí otra profesión, desempeñé importantes puestos en diferentes empresas y el materialismo y mi orgullo me alejaron de Dios. Viajé por muchos países y conocí muchas personas buenas y malas hasta que un día… ¡Regresé a Dios y conocí a Jesús Sacramentado! Desde ese día mi vida cambió y volví a ser aquel niño lleno de amor para Dios Nuestro Señor, que desde esta humilde tribuna le dice ¡SI! Todas las semanas a su segundo llamado.

Hermanos si nuestra vocación no es el sacerdocio, tengamos la vocación de amar a Dios en la Santísima Eucaristía y hagámoslo con humildad con persistencia y sobre todo con fe… con toda la fe de alma, espíritu y corazón y comprenderán que Dios nos ama con todo su amor.
Alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado ¡!!Viva Cristo Rey!!!

jueves, 24 de marzo de 2011

Anunciación del Señor

En esta fiesta, una de las más antiguas de la iglesia, se conmemora la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, nueve meses antes de su nacimiento.

El relato evangélico dice que el Arcángel Gabriel se aparece a María y le anuncia que va a ser madre del Salvador. María acepta la misión que Dios le confía respondiendo al Arcángel: “Hágase en mi según tu palabra”.

Esta fiesta es de origen oriental, luego pasó a Roma en el siglo VII y desde un principio se puso esta solemnidad en el número de las fiestas del Señor, más que de la Virgen María. Aquí el protagonista es el Hijo de Dios, cuya concepción anuncia el Arcángel.

Esta fiesta ha tenido diversas denominaciones tradicionales:
Anunciación de Cristo,
Fiesta de la Encarnación,
Inicio de la Redención,
Anunciación de la Santísima Virgen María
.


Con esta última fue celebrada desde tiempo inmemorial hasta la Reforma del año 1970, en que se estableció como Anunciación del Señor.
La Reforma Litúrgica del Concilio Vaticano II (Lumen Gentum 56) le ha devuelto el carácter Cristológico; es la solemnidad del Señor y la vez de la Santísima Virgen.


La fecha escogida no se presta para que sea solemnizada dado que siempre cae en Cuaresma y a veces durante la Semana Santa. Festejar la Encarnación del verbo de Dios en María, desentona con toda la temática Cuaresmal. Se menciona esta festividad por el recuento de los meses de expectación previos al nacimiento de Jesús.
Si Cristo es el protagonista principal de esta solemnidad, la Virgen María no puede dejarse en el olvido, ella es la que se ve en la anunciación, la que pregunta y la que da la respuesta generosa de su cooperación. Es por eso que la iglesia honra también a María, medita sobre el “Sí” pronunciado por Ella, y profundiza sobre el “Sí” del Verbo de Dios: “¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!"


El Concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel espera la respuesta de María ya que


“El Padre de las Misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida.”



María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera “Madre de los Vivientes”. Su maternidad, aceptada libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera.


En este periodo de Cuaresma contemplamos más a María en el calvario junto a Jesús, consolándolo en su sufrimiento, y sellando en este acto de amor de madre el “Sí” que diera en Nazareth al Arcángel Gabriel. Recordemos pues hoy 25 de marzo, con humildad, el día de la Anunciación del Señor y digamos en silencio con la voz del corazón:


”Bendita Tú eres entre todas las mujeres y Bendito el fruto de tu vientre: Jesús”



Alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado.

¡!!Viva Cristo rey!!!

jueves, 17 de marzo de 2011

El Pecado es una Ofensa contra Dios

El pecado es un hecho, dicho, deseo, pensamiento u omisión contra la Ley Divina. Nuestro primer pecado, sin haberlo cometido, es el Pecado Original que todos heredamos de nuestros Padres Adán y Eva pero que mediante el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo nos fue eliminado al recibir el Sacramento del Bautismo.

Los demás pecados son cometidos por el hombre sabiendo que los estamos haciendo con pleno conocimiento de causa y efecto. Es decir que con nuestra entera libertad de decisión ofendemos a Dios Todopoderoso.

El pecado es el camino a nuestra condenación eterna y por lo tanto, con nuestra fuerza de voluntad y con la ayuda de la oración, debemos huir de las ocasiones que nos acerquen a él.

Nosotros los seres humanos continuamente somos acechados por el pecado los cuales según su esencia son:
De Palabra.- Son las palabras dichas con coraje y odio con el fin de insultar y herir a los demás; las críticas, los chismes y los juicios destructivos que hacemos de nuestro prójimo.

De Pensamiento.- Son aquellos que se presentan en nuestra mente y que en vez de rechazarlos prontamente los dejamos para nuestra culpable complacencia.

De Obra.- Son todas nuestras acciones que van en contra del amor a Dios y del amor y la justicia al prójimo.

De Omisión.- Pecados en que se incurre por dejar de hacer aquello a que se está obligado por las Leyes de Dios.

Nuestros pecados no dañan a Dios, porque nada le puede dañar...
¡Pero sí le ofenden y le apenan como se ofendería y apenaría cualquier padre que fuera tratado irrespetuosamente y con desamor por su hijo!.
Dios nos ama sin límite y espera que también nosotros le amemos con igual intensidad. Debemos estar conscientes que nuestros pecados son un peso más que ponemos en su cruz haciendo crecer su dolor y sacrificio.

Nuestros pecados son las espinas que se clavan en su rostro haciendo que sangre su corazón.
Nuestros pecados son los insultos de la chusma enardecida que sin piedad le dirigía en su camino al Gólgota, haciendo que tres veces cayera de rodillas.
Nuestros pecados son el vinagre y la hiel que le dio el soldado romano cuando exhausto Jesús dijo “tengo sed”.
Nuestros pecados son el frio, la soledad y el abandono que crucificado sintió y dirigiéndose al Padre dijo: “Dios mío porque me has abandonado”.
Nuestros pecados son la repetición de su muerte en la cruz cuando cumpliendo la voluntad de Dios Padre y habiéndonos redimido, exclamó: “Todo esta consumado”.


Hermanos, reflexionemos sobre los sufrimientos inhumanos que afrontó Nuestro Señor Jesucristo para salvarnos y no le crucifiquemos nuevamente con la repetición de nuestros pecados.
¡Reconozcamos que verdaderamente nuestras buenas acciones, nuestras oraciones y sobre todo nuestro infinito amor hacia el que dio su vida por nosotros serán los poderes que:

¡Quitarán de su corona las espinas que le hieren!

¡Serán los torrentes de agua pura que humedecerán la sequedad de sus labios!

¡y le llevarán el consuelo de verse amado y acompañado en su soledad por sus hijos que le aman con toda la fuerza y sinceridad de sus corazones y que hoy postrados de rodillas le juramos morir mil veces, antes de volver a ofenderle con el pecado!.


Alabado y adorado sea por siempre Jesús sacramentado.

¡¡¡¡ Viva Cristo rey!!!!

jueves, 10 de marzo de 2011

¡Cuaresma!

La Iglesia Católica señala el Miércoles de Ceniza como el inicio del Tiempo de CUARESMA, que es un lapso de 40 días en el que los católicos nos preparamos para la gran fiesta de la Pascua y Resurrección de Cristo Jesús.

La Iglesia recomienda que debemos reconocer que somos pecadores y por lo tanto debemos arrepentirnos de nuestros pecados para que nos los sean perdonados y llegar a la fiesta máxima de la Liturgia Católica revestidos de la pureza espiritual necesaria para poder glorificar dignamente a Dios, nuestro Creador.


Durante la Cuaresma, también se nos solicita que practiquemos el ayuno y abstinencia así como otros actos de penitencia que purifiquen nuestra vida alejándonos del camino material y acercándonos al sendero que nos lleve al encuentro con Dios. Como siempre, nuestra Iglesia nos señala el camino a seguir y su destino final, la salvación de nuestra alma. Pero no nos obliga... la forma y la sinceridad de cómo lo hagamos, depende de nosotros mismos.


Nuestra preparación durante la Cuaresma es responsabilidad y compromiso de cada uno. Nadie se purificará por participar en actos de contrición y arrepentimiento masivos si no lo hace individualmente con absoluta verdad y fe de que su actitud emana de un corazón que palpita y vive solo para alabar, glorificar y adorar a Dios nuestro Señor.
La sinceridad y conocimiento de nuestras acciones las sabemos nosotros y las sabe Dios de antemano. Podremos fingir ante los hombres y sacerdotes pero nuestra conciencia y Dios siempre sabrán la verdad.


Pongamos toda nuestra fuerza espiritual para desterrar en esta Cuaresma toda huella de pecado que pueda existir en nuestras almas.

¡Aspiremos a la santidad con el apoyo del Espíritu Santo y la ayuda de Jesús Sacramentado. Preparémonos debidamente amando a nuestro prójimo, siendo humildes y arrojando de nuestras vidas a la soberbia!

Hagamos de esta cuaresma la renovación total de nuestro cuerpo y alma, adorando e imitando a nuestro Señor Jesucristo.

Repasemos diariamente en nuestra memoria el Sacrificio de Jesús en la cruz y acompañémoslo en el camino de su calvario amándolo como nunca lo hemos hecho

Ayudémosle a aliviar el peso de su cruz, que son nuestros pecados, para que jamás volvamos a crucificarle por culpa de ellos.



Y que esta nueva vida que alcanzaremos en esta Cuaresma nos permita seguir con ella hasta el fin de nuestros días, para la alegría y gloria de nuestro Dios y Señor.
Hermanos, valoremos durante esta Cuaresma nuestro amor a Jesús Sacramentado. Preguntemos a nuestros corazones si le amamos de verdad, ¡sin límites!... Si Él está sobre todo y antes de todo... si somos capaces de dar nuestra vida por Él, como el dio la suya por nosotros.

Las respuestas, tú las sabes……… y Dios también.


Alabado y adorado sea por siempre Jesús Sacramentado.

¡!!!Viva Cristo rey!!!!!

jueves, 3 de marzo de 2011

La Familia Católica

Así como la célula es la unidad de todo ente vivo, la familia es la unidad y fundamento de un hogar católico y de una nación. La familia está constituida básicamente por los padres (Madre y Padre) y por los hijos, los cuales habitan bajo el mismo techo y atados entre sí por los lazos del amor.

El matrimonio es la unión del hombre y la mujer, Sacramento instituido por Dios, mediante el cual la Iglesia Católica aprueba y bendice esta unión y cuya indisolubilidad está también confirmada por las palabras de Jesús: “Lo que Dios ate en la tierra será atado en el Cielo”.

La familia católica es, pues, la unión del padre y la madre por el sacramento del matrimonio y por los hijos, resultado de esta unión. El ejemplo y modelo de perfección es la Sagrada Familia, conformada por la Virgen María, San José y el Niño Jesús. En ella se formó como ser humano nuestro Señor Jesucristo, y allí aprendió a honrar a sus padres terrenales tal como lo indican los mandamientos de su Padre Celestial.

Es nuestra familia la que nos lleva al primer encuentro con Dios, mediante el sacramento del Bautismo, y por el cual recibimos al Espíritu Santo y se nos convierte en Santos. Luego se nos enseña a conocer a Nuestro Dios, a su Santísima Madre y a los Santos y cómo comunicarnos con todos ellos mediante la oración. Y por último para cumplir con su obligación básica de familia católica nos hacen partícipes de la Penitencia Eucarística y Confirmación, que son también Sacramentos de la Santa Iglesia Católica.


La familia es una institución Sagrada, indisoluble y base fundamental para el conocimiento y desarrollo de nuestra Fe. La familia es el tabernáculo donde guardamos las enseñanzas y preceptos que nos legaron nuestros mayores y que a su vez nos tocará heredar a nuestros descendientes, por lo que en su fortaleza nos haremos dignos de glorificar a nuestro Padre Celestial.
Los valores éticos, morales y espirituales de una familia católica son el crisol donde se funden los elementos que nos permitirán una existencia feliz con la ayuda y bendición de Dios Todopoderoso.

Como miembros de una familia católica, debemos dar un NO rotundo a los factores negativos que hoy amenazan su unidad como son entre otros, el materialismo, el concubinato, el divorcio y el aborto. La práctica de estos sacrilegios son el resultado de la irresponsabilidad de algunos seres que cegados por su soberbia, solo admiten en su vida una existencia ateísta, sin fe, sin amor y sin Dios.

Hoy al escribir sobre la familia viene a mi memoria el recuerdo de una bella costumbre: Hace ya muchos años, era una práctica común que toda familia católica entronizara la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, colocándola en un lugar prominente del hogar, donde se le veneraba como el protector de la familia.



¡Oh hermosos recuerdos de mi niñez!
donde mi madre nos educaba en el amor a Dios,
abriendo nuestros corazones para que en nuestra inocencia
entrara el de Nuestro Señor Jesucristo
y dejara en ellos impresa su ternura y bondad
y que hoy después de los años florecen
como una infinita gracia nacida
al calor de una familia bendecida por Dios


Dios permita que este 6 de marzo, Día de la Familia, logremos que nuestras madres sean como la Virgen María, nuestros padres como San José y nosotros imitemos a Jesús de Nazaret.
Hermanos, este Domingo 6 de marzo oremos pidiendo al Señor bendiga y mantenga unidas por la fe a las familias de todo el mundo, a las de nuestro país, a las de nuestra parroquia y también a la nuestra, en donde le amamos con todo nuestro corazón.



Alabado y Adorado sea por siempre Jesús Sacramentado

¡¡¡Viva Cristo Rey
!!!